miércoles, 11 de julio de 2012

Veintiocho del Amor del Dos del Eterno Presente

Concluye el mes del Amor en esta nuestra República del Infinito. Porque ése es el mes y ése su nombre, aunque el Amor nunca empiece ni termine; y porque ésta es nuestra República, la verdadera y la de todo y la de todos los que no tienen ni principio ni fin, aunque tengan todos los principios y aunque alberguen todos los fines. Nos tienen miedo, ¿por qué? Porque sabemos que el miedo es mentira. Porque sabemos que las sectas existen y ésta es la más destructiva de todas: sin mover un sólo dedo, destruye todo un mundo de mentiras minuciosamente articulado, todo ese universo de falsedades que atrofian todos los poderes y posibilidades latentes en la especie humana. No hay nada más destructivo que aquello que destruye a lo que tan sólo sirve para destruir. El Amor también destruye, pero siempre lo que es falso. Pero no construye su verdad sobre sus cenizas. El Amor no entiende de palabras, por eso está más allá de todas ellas. El Amor no sabe leer libros, pero no ignora ninguna verdad que pueda o pudiera estar escrita en ellos. El Amor no sabe dar abrazos, ni repartir sonrisas, ni ofrendar sabios consejos; pero el Amor siempre está en ellos cuando de verdad son Amor. El Amor no puede ser razonado, ¿qué hay de Amor entonces en los seres racionales? Sólo pequeñas raciones de Amor, porque el Amor es generoso y a todos nos alimenta. Pero el Amor es Sentimiento, es Poder, es Creación... Pero siempre Poder de verdad, no el poder del que nada puede y levanta un castillo con los residuos de su impotencia. Un castillo, una fortaleza de mentiras, cuya única pretensión es la de atrofiar tus propios poderes infinitos y reducirte hasta hacerte su esclavo indefenso, ciudadano correcto del sistema con su bandera, su religión y su partido, o su no-bandera, su no-religión o su no-partido... Una vez que lo consigue, ¿qué sucede? Nada, porque el castillo es de mentira. ¿Cómo puede perdurar lo que es ficticio? La única verdad es la del Amor y la Alegría, la del Eterno Presente.

Jesús María Bustelo Acevedo

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