domingo, 8 de julio de 2012

Veinticinco del Amor del Dos del Eterno Presente

Sus alas pueden con todo, porque todo es liviano en la Eternidad. Lo pesado se corrompe, se pudre, se desvanece, pero las almas no pesan nada; no pesan nada porque lo valen todo. ¿Cómo puede sostener a lo caduco con sus alas ligeras? El Amor, como siempre, es la respuesta. Y la sorpresa, la maravilla, el estremecimiento, la impresión, la pregunta. Lo caduco no habita el Eterno Presente pero sí las almas inmortales de los mortales. La carne se confronta consigo misma en el duelo del dolor hasta que el despertar de lo absurdo le ofrenda la verdad del placer. Qué hermoso es entonces volar hacia ese universo paralelo donde tan sólo impera la Alegría, donde la voluntad de los hombres se funde con armonía y libertad a la Voluntad de Dios. La mayor virtud activa del hombre es la Creación, el Amor en acción y recreación. El corazón se para cuando tiene complejo de reloj; sin embargo, el corazón de las almas no es ninguna máquina, no bombea sangre ni anima vísceras: sólo sabe crear, eternamente crear. Los mortales lo olvidaron, lejos de la Naturaleza, perdidos en su falsa selva de cemento, en su pequeño y falso mundo contaminado de donde todos los ángeles erguidos fueron expulsados. Pero las almas siempre saben lo que saben siempre, porque siempre son. Aunque sus corazones durmieran en los sueños de todos esos ángeles, sólo pueden ser, crear, amar, en el Eterno Presente. Sus alas pueden con todo.

Jesús María Bustelo Acevedo

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