viernes, 27 de julio de 2012

Dieciséis de la Alegría del Dos del Eterno Presente

Verdaderamente los más válidos, así son los mal llamados minusválidos, como quedó dicho en la primera lección del Curso de Eternidad. Y todo esto nos evoca los males de la era caduca y engañosa felizmente superada (en realidad, nunca superada, porque nunca se supera lo que no existe; los surengatres, por ejemplo, jamás fueron, son o serán superados dado que son entidades que no existen. Pero si alguien decide creer, con su propia potestad y libre albedrío, que los surengatres sí existen, le persiguen, le someten, le condicionan, le marginan, le esclavizan, etc, entonces ésa es su libre elección y debe responder ante ella y sufrir sus fatales consecuencias. A decir verdad, esto no es más que una metáfora de lo que miríadas de veces sucedía a los mortales presos de sus efímeras creaciones que soportan las ficticias columnas del dolor, la culpa, el miedo y el victimismo. Mas si convenimos que los surengatres son por el contrario preciosas creaciones dispuestas a ayudarnos en nuestro caminar -en nuestra perenne danza, que es el mejor de los senderos-, seres sutiles, tiernos, bondadosos, benéficos, divinos, risueños, juguetones, atemporales, sencillos y generosos, acá estarán nuestros queridos surengatres para llevar a cabo su fantástica misión, y nosotros responderemos ante ello y gozaremos sus providenciales consecuencias.Y veremos, con o sin surengatres, que no hay nada que superar, ni enemigo a quien vencer, ni salvación, ni tierra prometida, ni perfección por abrazar en un porvenir que nunca existe... No hay nada de eso porque ya lo somos todo; la perfección de la vida está en la inocencia de un recién nacido, y eso siempre está en nuestros corazones, velado, oculto o ignorado, pero siempre ahí) porque sólo los bienes tienen cabida en el Eterno Presente. Bienes como las supervalías de las almas que nos ofrendan el manantial sin fin de sus bendiciones, lejos de las mentiras con almendras de unas montañas tan altas y tan pequeñas como la torre de Babel, falsas montañas donde unos monjes sombríos marcaban a los minusválidos con un falso castigo de un dios que ni existe ni castiga, inventándose un karma que no es más que el arma que pretende asesinar sus supervalías, incapacitando para su noble labor pedagógica e intransferible a quienes sólo fueron víctimas de sus propias minusvalías. Pero es el Eterno Presente en este ahora infinito quien se convierte en verdugo de todas ellas.

Jesús María Bustelo Acevedo

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