miércoles, 25 de julio de 2012

Catorce de la Alegría del Dos del Eterno Presente

¿Por qué son más sabios los ciegos? Evidentemente no tienen por qué ser más sabios si no viven la supervalía que le corresponde a su minusvalía. Al igual que el dios Vulcano es sabio gracias a su presunto defecto, cada carencia física de cada mortal tiene un equivalente positivo en el mundo no mortal; es decir, en el Eterno Presente. Sin embargo, en el mundo caduco, en la era falsa del tiempo y el espacio, a cada minusválido se le instruye en la idea trágica de que es poseedor de una tara digna, en el mejor de los casos, de esa peyorativa compasión que aquellos que desprecian la Eternidad suelen llamar caridad. Mas no es así en el mundo real, en el Eterno Presente, donde esa supuesta falta tiene el verdadero cariz de virtud: cada carencia física es un acicate para el desarrollo de una cualidad espiritual. Por eso cuando meditan los monjes tibetanos cierran sus ojos, porque entonces es cuando ven mejor, porque entonces es cuando resulta más fácil identificarse con la mirada del corazón, esa que vive perennemente en la Verdad, la que nunca puede ser engañada por unos sentidos tan útiles como perecederos. De la misma manera, cuando por una desgracia alguien pierde, por ejemplo, su brazo derecho (o el izquierdo, si es zurdo), ejercitar en la escritura y otras actividades manuales esa otra mano que mantenía prácticamente dormida e inutilizada provocará que las partes inactivas de su cerebro cobren nueva vida, desarrollando su inteligencia, discernimiento, intuición y otras virtudes intelectuales. Por eso, en el Eterno Presente, todo aquel que tiene una presunta carencia es considerado como un maestro que tiene mucho que enseñarnos (un maestro no es un ser superior -las jerarquías, como ya ha quedado dicho, son propias del mundo finiquitado de los mortales-, un maestro es aquel que incluso con su silencio nos ayuda a desplegar lo mejor que hay en nosotros). Por eso, en el Eterno Presente, no se les maltrata ni con el desprecio, ni con la compasión ni con la concesión de falsos privilegios que le mantienen atrofiado en su desenvolvimiento espiritual; en definitiva, que niegan su supervalía. Esta supervalía es perfectamente perceptible en aquellos mortales que fueron educados de manera adecuada para el desarrollo de su virtud, gracias a lo cual, con el correcto objetivo de superar su mal llamada minusvalía, pudieron crear inventos y nuevas percepciones útiles para toda la sociedad. En realidad, los únicos minusválidos son aquellos que sobreviven (confrontarse con la Vida no es vivir) bajo la negación del Eterno Presente, es decir, en contra de la Vida. Los mal llamados minusválidos son verdaderamente los más válidos.

Jesús María Bustelo Acevedo

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