jueves, 21 de julio de 2011

Diez de la Alegría del Eterno Presente

Estamos en el mes de la Alegría, y tanto las flores como las estrellas saben expresarlo con generosa sencillez. Nada más complejo, elaborado y profundo que la sencillez, esa sencillez de lo que aparentemente comienza pero que tiene toda una Eternidad a sus espaldas y todo el Infinito delante de sus ojos. En la vieja era, cuando la gente se contaminaba por las conveniencias sociales cambiando sin reparo su pureza por esa falsa ambición que los convertía en estatuas que sólo sabían recrearse en la misma e inmóvil mentira, se pensaba que lo sencillo era todo aquello falto de contenido o inteligencia, lo cual era cierto para ellos, porque allá donde un doloroso engaño se convierte en verdad irrefutable cualquier verdad luminosa provoca náuseas:

El charlatán tiene razón
en el absurdo de su ciencia,
jamás en el de la conciencia
ni en la verdad del corazón.

Pero en la vieja era la alegría era tan hueca que a menudo sólo consistía en la evidencia de que mucho de lo que llamamos el prójimo no tenía acceso a la vía de escape de esa falsa alegría. Las personas se degradaban hasta tal punto que llegaban a desear el mal de sus hermanos, y eso se daba con frecuencia en individuos que pomposamente se clasificaban como religiosos. Con el tiempo se sabría que todos esos religiosos no eran más que quienes negaban para sí y para todo esa gran Obra de Dios, Dios mismo, que es la Vida. Porque todas las religiones humanas, con sus cínicos dogmas llenos de resentimiento, no son más que la negación del Amor, de la Alegría, de la Vida, de Dios... Todas ellas fueron la expresión más elaborada del ateísmo, esa fue la gran paradoja. ¿Pero por qué mentar lo que ya no existe en nuestros corazones? En los diccionarios de la Era del Eterno Presente sólo se incluyen expresiones positivas, todo aquello que no sea bueno con no mentarlo pierde su fuerza; es más, cuando se ataca a algo con toda virulencia es cuando de verdad podemos fortalecerlo y dotarlo de razón y continuidad. Lo sabemos porque precisamente así nació la Era del Eterno Presente, construyendo su infinito paraíso con cada piedra que recibía de la ignorancia agonizante. Cuando vives en el Eterno Presente todo se confabula para tu propio placer y beneficio, nada ni nadie puede hacerte daño porque el dolor ya no existe, y tú sabes crear tu propia realidad permanentemente y lo haces con todo aquello que es propio y natural de esta República del Infinito: el Amor, la Alegría, la Serenidad, la Acción, la Magia, la Verdad....

Jesús María Bustelo Acevedo

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