domingo, 19 de junio de 2011

Seis del Amor del Eterno Presente

Alcanzamos finalmente la sexta jornada de esta nueva y formidable Era del Eterno Presente que felizmente celebro aquí, en mi República del Infinito, mi querida nación de la que soy súbdito y señor, auténtico, único y poderoso Rey de mi República (Rey, se sobreentiende, entre comillas, ¿qué digo entre comillas?, entre comones, dejemos las comillas para los plebeyos y monárquicos. Por cierto que en mi República, Rey se escribe con mayúsculas, por simple respeto y deferencia hacia la Infancia). Alguno se preguntará, si es que alguno me lee, lo que realmente me trae sin cuidado, que qué pasa con los días de la semana; bueno, mientras no haya una Ley que decida lo contrario, en el Eterno Presente no hay semanas ni días de la semana; en realidad, el hecho de que estemos en el mes del Amor sólo responde a la intención de fomentar este maravilloso sentimiento del que tan necesitados estamos desde un extremo a otro de este Planeta, y por supuesto también en esta República, pues aunque en cierto sentido somos Extraterrestres no nos hemos desprendido de los defectos y virtudes terrícolas. Hablando de los Terrícolas, constituyen un pueblo sumamente interesante; conviven con infinidad de seres como flores, árboles, perros, pingüinos, elefantes, pulgas, cucarachas, golondrinas, ángeles, dioses, zombies, hormigas... Y hay que reconocer que a pesar de tantas crueldades e injusticias, ahí siguen todos esos seres, independientemente de que algunos sean tan imperceptibles como los electrones que no paran de bailar fuera del tiempo y del espacio; y es que yo siempre lo he dicho, la danza es el mejor camino, si todos bailáramos el Mundo iría mucho mejor, habría más Justicia, más Paz y más Amor, Amor de verdad. Aunque en la Era del Eterno Presente la Justicia no es necesaria, pues ésta sólo es precisa allí donde la injusticia se mueve como pez en el agua, allí donde se ha instituido como algo natural y no se le reconoce como algo ajeno a la esencia y auténtica condición humana. Por algo a tantos humanos se les llama inhumanos.

Jesús María Bustelo Acevedo

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