miércoles, 22 de junio de 2011

Ocho del Amor del Eterno Presente

Esta nueva y definitiva Era desde luego ha comenzado con un calor memorable, no cabe duda de que el fuego ha quedado bien prendido; la llama no va a apagarse y confiemos en que ilumine muchos senderos y brille en muchos corazones, que es lo que verdaderamente importa, pues camino no hay más que aquel que vamos construyendo aquí, en este Eterno Presente que no es que sea aburrido ni monótomo por ser siempre igual; al contrario, el Eterno Presente alberga todo lo que la Eternidad puede contener y también lo que no, así que es una garantía de gozo y deleite insuperable. ¿Y cómo construimos este nuevo sendero? Pues evidentemente riendo mucho y danzando más; en la República del Infinito la risa es obligatoria, aunque siempre se te permite la opción de que te tomes a risa esta Ley. Danzamos, no sólo para hacer ejercicio con el cuerpo y con el alma; danzamos porque como ya creo haber apuntado previamente, la Danza es el mejor de los caminos, si no el único verdadero y perenne. En el Eterno Presente todo danza. El Eterno Presente no es una invención, precisamente lo que lo es es todo aquello que no es el Eterno Presente. Esos personajes que siempre interpretamos, ni están ni son el Eterno Presente, son sólo ilusiones llenas de culpa, daño y temor, y sobre estos tres pilares han ido desarrollando su papel que tanto mal hace y nos hace. En el Eterno Presente todos ellos se han rendido ante la verdad del Amor, porque allá donde impera el Amor en toda su fuerza, con todo su poder y su pureza, los sentimientos de culpa, las sensaciones de miedo y hasta el mismo dolor desaparecen. Sí, tal como si fuera un milagro, pero en el Eterno Presente no existen los milagros, sólo las cosas sencillas como el Infinito, y naturales como el nacimiento de una nueva vida. Así es la Eternidad, es ahora y es perenne, nunca acaba pero es ya, tan vieja como la muerte y tan joven como un recién nacido; así es la Eternidad, y en la bonita ficción de sus pocos días sólo quiere un poco de leche para amamantar sus sueños: ¿cómo iba yo a imaginar que llegaría a tener a Dios entre mis brazos, cantándole una nana al hacedor de todas las armonías?

Jesús María Bustelo Acevedo

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