martes, 21 de agosto de 2012

Trece de la Belleza del Dos del Eterno Presente

La Damificación, llamémoslo así, es la materia que se imparte en la secta lección del Curso de Eternidad. De la damnificación a la Damificación, de la carencia de integridad, dependencia, actitud hostil y defensiva, tan propia del macho y bélico, a la Donificación que define a las almas verdaderamente femeninas. Las donas o dadoras (donar=dar) ofrendan todo lo mejor de sí mismas a los suyos sin reparos ni limitaciones. Quien da lo mejor de sí a su hermano, a sí mismo se lo da: así como tratas al prójimo, así te tratas a ti mismo; así como percibes al mundo exterior, igualmente percibes todo tu mundo interior, toda tu persona. Porque el mundo exterior no es más que tu propia creación, la obra de tu ego, si es el mundo exterior falso y perecedero... Y la obra de Dios si es la Eternidad. Pero en el Infinito no hay exteriores, todas las almas gozan de la misma Unidad. Cuando pones tu vida en las manos de Dios es cuando percibes lo real. Debemos, por lo tanto, ser como nuestras mujeres (empezando por ellas, si es que han dejado de serlo), porque la gran obra de Amor de cualquier varón (de cualquier nacido de mujer) es reconocer y estimar el poder y el valor de aquellas que son como la que lo trajo al mundo. Empecemos por Dios: Dios también es nuestra Madre, y no sólo lo es también sino que lo es sobre todo. Porque el Gran Creador es principalmente Madre, aquella que de su propio ser puede hacer un igual, la Gran Fábrica de la Vida. ¿Crees que es sólo mala suerte que en las cárceles del mundo haya pocas mujeres y millones de hombres que causaron tanto dolor sin ningún tipo de reparo? ¿Ves las guerras, el hambre, la injusticia... tantas cosas horribles que definen el mundo de los mortales? Todo ello es obra del ego del varón. Sin embargo, necesitamos de los hombres para construir: quien causa el mal sabe cuál es la respuesta a ese mal; quien provoca el dolor conoce los entresijos de ese dolor; quien ha puesto la bomba es quien tiene que desactivarla (no basta con decir: "ah, perdóname, me he equivocado y no volverá a ocurrir", como hace el maltratador reincidente: hay que pasar a la Acción). La Damificación no es un debilitamiento, no es un culto a lo blandengue y sentimentaloide (esto es una caricatura del alma de la mujer), sino un plus a cuanto ya tenemos, una auténtica Supervalía.

Jesús María Bustelo Acevedo

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