sábado, 25 de agosto de 2012

Diecisiete de la Belleza del Dos del Eterno Presente

Pues sí, esta es mi "tierra" (que no es ni mía ni tierra), la República del Infinito, mi patria y mi matria y la de todos los inmortales. Esas viejas civilizaciones, pasatiempos de los recalcitrantemente confrontados mortales, los famélicos de las debilidades (esas mismas que acababan por devorarlos a ellos), ya no tienen razón de ser donde no existe el tiempo. En realidad, sólo hubo un manojo de civilizaciones orientales (el resto fue sólo un burdo plagio de los bárbaros del sur). Ah, si no hubiera existido el Tíbet, ¿cómo iba a contarnos Nietzsche lo que dijo y lo que no dijo? Y si no existiera una bandera blanca para la paz, ¿cómo iban a mancharla de sangre y de tristeza los patrioteros mortales? Mas cualquier mortal que aún conserve un poco de dignidad y sentido común sabe que su patria está allí donde un niño pasa hambre, padece una injusticia o sufre una privación. Cualquier mortal que sepa, siquiera de lejos, lo que verdaderamente significa amar no se lleva la mano al corazón ante ningún trapo que sólo sirve para separar a los hombres y promover la confrontación. La conciencia tribal sólo existió hasta la evidencia de nuestra aldea global; permanecen en el muerto pasado quienes no se saben ciudadanos del mundo, quienes no comprenden que todas las razas son tu raza, que todas las lenguas son tu lengua, que todos los credos son tu credo, que todos los niños son tus hijos.

Jesús María Bustelo Acevedo

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